Descripción
La familia que no podía dormir empieza hablando de una familia italiana que, desde hace dos siglos, sufre una enfermedad hereditaria que, entre otros síntomas, impide dormir a algunos de sus miembros y acaba causándoles la muerte. Después de varias generaciones sufriendo esta terrorífica enfermedad, los miembros de la familia decidieron organizarse para encontrar una solución médica a su problema. Así es como supieron que el insomnio familiar fatal como fue bautizada su enfermedad está causado por los priones, unos misteriosos agentes infecciosos que también están detrás de otras enfermedades como el kuru una enfermedad que se propagaba por el canibalismo y entre cuyos síntomas se encuentran unas risotadas descontroladas y el mal de las vacas locas que sembró el pánico entre la población británica.
El periodista estaodunidense D. T. Max, que trabaja en The New Yorker y que también es autor de la biografía más completa sobre David Foster Wallace, viajó durante cinco años por diversos rincones del mundo para explicarnos los esfuerzos de muchos investigadores por entender las enfermedades priónicas. Y es que, al estar causadas por unas proteínas, las enfermedades priónicas cuestionaban algunos de los pilares sobre los que se ha asentado la medicina moderna desde Pasteur.
Gracias a la investigación de D. T. Max aprendemos que una de las primeras enfermedades priónicas conocidas fue la tembladera. Si bien solo afectaba al ganado, su origen se sitúa en los esfuerzos de algunos ganaderos por hacer más rentables a sus animales. Este afán de lucro también se encuentra en el origen de la enfermedad de las vacas locas, que sí dio el salto a la cadena alimentaria humana. Por tanto, este libro no solo nos habla de la investigación médica, sino también de la manera en que los seres humanos, en ocasiones, nos perjudicamos a nosotros mismos al interferir sobre la naturaleza.
De la misma manera en que La familia que no podía dormir nos habla de las ambiciones humanas, también lo hace de rivalidades científicas. Por ejemplo, del modo en que los australianos y los estadounidenses rivalizaron por descubrir el kuru, una enfermedad que misteriosamente diezmaba a una tribu de Papúa Nueva Guinea. Uno de los personajes secundarios de este libro, por citar otro ejemplo, se dedica a llevarse cerebros de los depósitos para poder estudiarlos por su cuenta y colgarse una medalla por sus descubrimientos. Y también aparecen por estas páginas algunos científicos tan laureados como polémicos, como Stanley Prusiner y Carleton Gajdusek. Así pues, escrito con un rigor intachable, nos encontramos ante uno de los libros más apasionantes y completos del periodismo científico.
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