Descripción
Durante sus últimos años de vida en Samoa, Robert Louis Stevenson rezaba todas las noches en el amplio vestíbulo de su casa de Vailima, al pie del monte Vaea donde actualmente yace para siempre. Acompañado por su familia y los nativos que tanto admiraban su capacidad para contar historias, el rito diario se abría con la lectura de un capítulo de la Biblia samoana. Después, el propio Stevenson decía una oración que solía extraer de un librito donde apuntaba fórmulas para pedir por los amigos o para agradecer la proximidad de la lluvia. Era su modo de manifestar su gratitud y alegría por el simple hecho de vivir, porque como había escrito en Sermón de Navidad antes de partir hacia los mares del sur, «la cordialidad y la alegría deben preceder a cualquier norma ética: son obligaciones incondicionales».
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